¡SE ACABÓ LA MALDICIÓN DE LOS CUBS!

El béisbol es, probablemente, el deporte más cinematográfico. Y no sólo por ser el ‘juego de América’ y, por tanto, gozar de enorme atractivo para el público estadounidense, el país que siempre ha estado a la cabeza de lo que antes de la era digital se llamaba la industria del celuloide. El propio ritmo lento del juego, con esas pausas previas a cada jugada a las que puede seguir, en cualquier momento, una explosión de movimiento y velocidad, unido al continuo contraste de emociones que provoca la incertidumbre de cada lance, cuyo resultado puede ser desde el más banal al más decisivo, estando el éxito separado del fracaso por apenas esos milímetros que pueden convertir a cada lanzamiento en un ‘home run’ o un ‘strike’, hace del béisbol un deporte ideal para el lenguaje del séptimo arte.

En pocas especialidades deportivas se pueden dar tan habitualmente situaciones de ‘todo o nada’ como la que se produce cada vez que el ‘pitcher’ se prepara para lanzar una bola en dirección a su ‘catcher’ mientras el bateador la espera ansioso, dispuesto a mandarla fuera de los límites del estadio con un poderoso batazo. Unos instantes que son puro cine y que hemos visto en infinidad de películas. Planos cortos mostrando la expresión concentrada del lanzador y sus intercambios de gestos con el receptor. Este último, en cuclillas y con su cara apenas visible tras la careta de protección, le indica ‘mándame una curva’ con un signo de sus dedos previamente convenido, al que su compañero, erguido en lo alto del montículo, responde ‘no, no’ con un movimiento de su cabeza, seguido de una afirmativa inclinación cuando ve el cambia de señal que le pide ese ‘slider’ que está deseando mandar para conseguir el ansiado ‘strike out’. Planos medios del bateador, balanceado amenazador su bate mientras trata de leer la mente de su rival y hasta de incitarle a enviar esa ´rapida’, algo ladeada, que está convencido de impactar para convertirla en un imparable ‘home run’. Planos largos del estadio abarrotado, con el colorido de los aficionados en las gradas contrastando con los tonos verdes del césped, el blanco de las líneas que delimitan el diamante y el ocre de la tierra que lo rodean y del montículo situado en el centro de la acción, sobre el que la cámara vuelve a dirigir su objetivo cuando, finalmente, la bola sale despedida de la mano del ‘pitcher’, camino del guante de cuero que la espera con impaciencia y del bate de madera que la aguarda con ansia de golpearla con toda la fuerza de su portador.

Momentos ‘de cine’ que se producen una y mil veces en cada partido y que pocas veces han sido ni serán tan proclives a servir de tema para una película como durante el apasionante, interminable y agónico séptimo partido de las Series Mundiales del 2016, el que ha supuesto el fin de la sequía de títulos más larga en la historia del deporte con el triunfo de los Chicago Cubs…¡108 años después de su anterior victoria en el mayor campeonato del béisbol americano!

La plantilla de los Chicago Cubs de 1908 posa junto con su mascota.
Foto: George R Lawrence

Vista general del Polo Grounds de Nueva York durante el famoso partido de la polémica entre los Giants y los Cubs
Foto: ESPN.com, via Getty Images

Portada del programa oficial de las Series Mundiales del 1908 entre los Cubs de Chicago y los Tigers de Detroit
foto: H. M. Fechheimer

La historia del equipo del norte de Chicago da para una película que, seguramente, ya está en la mente de algún productor de Hollywood. Pero, mientras se deciden a ponerla en marcha, me permito atreverme a hacer un esbozo del que podría ser su guión. Un guión sin nombres, porque el protagonista de la historia es, ante todo, el equipo del norte de Chicago, sin importar realmente que sea este o aquel jugador o personaje el que aparezca en cualquiera de las escenas de la película que tengo en mi cabeza. Me la imagino empezando con unas viejas y desgastadas imágenes en blanco y negro, en las que se muestran retazos del que algunos consideran el partido más polémico de la historia del béisbol, cuyo inusual desenlace fue clave para acabar dándole a los Cubs el pase a las World Series de 1908. Nos encontramos en la última entrada del encuentro entre los dos aspirantes al título de la ‘nacional’, los Chicago Cubs y los Giants de Nueva York. El marcador está empatado hasta que los neoyorquinos, con dos eliminados, un corredor en primera base y otro en tercera, anotan una carrera que les da la victoria… pero mientras los aficionados locales irrumpen en el césped para celebrar el triunfo, el jugador que corría entre primera y segunda base no completa su recorrido. Uno de sus defensores se da cuenta, consigue recuperar la bola entre el público, no se sabe muy bien como, y la acaba enviando a esa base a la que nunca llegó el rival, con la consiguiente eliminación que anularía la anotación. Los Cubs protestan y el ‘umpire’ anula la carrera ganadora de los Giants, que apelan la decisión de dejar el partido en empate. Las imágenes de nuestra aun no rodada película pasan entonces de la algarabía del estadio a la quietud de una sala de reuniones, en la que unos serios jueces deliberan para, finalmente, dar la razón a los de Chicago. La victoria de los Giants queda definitivamente anulada y, semanas después, los dos equipos acaban la temporada regular empatados a triunfos, obligando a decidir el título de la nacional (y el consiguiente puesto en las World Series) en un partido adicional que terminará con victoria de unos Cubs en racha que, a continuación, batirán en las Series Mundiales a los Detroit Tigres. Es su segundo título consecutivo y la culminación de una década, la primera del siglo XX, en la que los ‘cachorros’ son el equipo a batir. La celebración cierra estos primeros minutos de film, en los que nada hace prever que un equipo tan ganador vaya a tener que esperar más de cien años para volver a repetir un éxito igual. Y, sin embargo, así va a ser. Los siguientes minutos de película, todavía en blanco y negro, nos mostrarán a unos Cubs aun capaces de ganar el título de la ‘Nacional’ en siete ocasiones durante los siguientes treinta y siete años… para caer siempre derrotados, justo a continuación, en el ‘clásico de otoño’ y quedarse cada vez a las puertas de sumar su tercer éxito en las Series Mundiales.

Wrigley Field a mediados del siglo XX
Foto: Tichnor Brothers, Publisher

La taberna en el origen de la ya legendaria maldición...
foto:© 2006, Jeremy Atherton

...con la que tal vez hubo quien penso en terminar a mordiscos
Foto: Arturo Pardavilla III

La última ocasión será en las de 1945, disputadas de nuevo, como las de 1908, contra los Detroit Tigers. Una series que son más fiesta que nunca, con la mezcla de alegría y alivio que supuso el final de la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Además, aquí los guionistas de Hollywood tienen material para un capítulo rocambolesco, de esos en los que la realidad supera a la ficción y que servirá, además, de base para darle aun más significado a cada temporada sin alcanzar el título final que, puntualmente, irán llegando en los siguientes setenta años. Todo arranca con un inicio brillante de los Cubs, que se imponen en dos de los tres partidos que han de jugar fuera de casa, lo que les lleva de vuelta a su histórico feudo de ‘Wrigley Field’ con el marcador 2-1 a favor y cuatro partidos en casa en los que conseguir las dos victorias que faltan para sumar sus terceras Series Mundiales y, de paso, romper una seguía de 37 años que ya empieza a ser demasiado larga para sus exigentes aficionados. A un buen número de ellos nos muestran las cámaras llegar al estadio, con sus banderines de ánimo a los Cubs y con el optimismo pintado en sus rostros. En ese grupo vemos a un excéntrico personaje, propietario de un bar de los alrededores del estadio, la taberna de la cabra Billy, a la que pretende llevar consigo al interior del recinto para seguir en directo el que todos esperan sean el penúltimo paso hacía la gloria. Pero el fuerte olor que despide el animal causa las quejas de quienes están a su alrededor en las gradas y llevan al personal del estadio a expulsar del estadio a la cabra, cuyo propietario acepta mal la decisión y, entre gritos y aspavientos, augura que los Cubs nunca más volverán a disputar, y mucho menos, por tanto, a ganar unas World Series. Naturalmente, nadie le hace caso al vociferante señor… pero los Tigers se imponen tanto en ese cuarto partido como el quinto, dándole la vuelta al marcador y situándose 3-2 por delante en el cómputo total de las Series.

De todas formas, quedan aun dos encuentros más en Wrigley Field para que los de Chicago acaben sumando las cuatro victorias necesarias. La tercera la consiguen en agónica lucha, tras un sexto partido que parecían tener ganado hasta que los de Detroit consiguen igualar de forma sorprendente. Estamos en la parte alta de la octava entrada, a una de la que parece una clara victoria de los locales, que van ganando 7 a 3. Pero los Tigres luchan como el felino que les da nombre y consiguen anotar cuatro carreras. Realmente lo hacen de forma más trabajada que espectacular, con un ‘single’, un error del ‘catcher’ y un par de bases ‘robadas’, pero la ficción ha de ser más llamativa, así que aquí nos podemos permitir la licencia de llenar las bases y darle más emoción al mismo resultado. Cada uno de los tres jugadores que las ocupan merecerá entonces la atención de nuestras cámaras, que nos muestran como vigilan al pitcher, que los controla a su vez con el rabillo del ojo mientras observa como van tratando de ganar terreno, paso a paso, hasta la siguiente base. Y enfrente del lanzador, espera el bateador en el ‘plate’, consciente de que si consigue sacar la bola del campo su equipo sumará cuatro carreras que le darán el empate en el marcador. Se hace entonces el silencio y la cámara lenta muestra la salida de la pelota desde la mano del pitcher, la mirada atenta del catcher que la ve llegar y, de repente, acelerando hasta velocidad real, el estruendo de la madera que la golpea nos llega casi antes que la visión de cómo sale despedida fuera de los límites del terreno, para euforia de los jugadores del banquillo de Detroit y desolación de los aficionados de Chicago, que ven como se frustra lo que ya parecía una victoria segura. La novena entrada no añade cambios al empate a siete que figura en el tanteador tras el prodigioso batazo que tan de cerca nos ha hecho vivir la magia del cine, y hay que esperar a la duodécima, tercera de las ‘extra’, para que, finalmente, acaben ganando los de casa, que igualan las series a tres y están ya a un solo paso de romper la sequía que dura desde 1908.

Llegamos de este modo al séptimo y decisivo encuentro, acogido con entusiasmo por un Wrigley Field lleno hasta la bandera y en el que nadie se acuerda ya de los gritos y amenazas del excéntrico propietario de la taberna ni de la cabra que da nombre al establecimiento que regenta. Lejos están todos de saber, sin embargo, que, sea por la maldición o, en realidad, por mil y una razones más (si, como yo, no creéis en esas cosas, aunque queden bien para una película), el agónico triunfo del sexto partido… ¡será el último que su equipo logre en las Series Mundiales en más de setenta años! En el séptimo y decisivo, los Tigers no dan opción, golpean con fuerza desde el principio, con nada menos que cinco carreras en la primera entrada, y el título de 1945 se va para Detroit ante la desolación de los fans de Chicago. Un desenlace que nos da paso aquí a otra de esas licencias que el cine permite aunque no haya sido, muy probablemente, verdad: la escena que nos muestra la sonrisa irónica, seguida de un ‘ya os lo dije’, del orgulloso propietario de la cabra que nunca pudo ver ese cuarto partido en el que todo empezó a cambiar, pronunciada la frase lapidaria mientras vemos como acaricia al animal, tal cual haría el peor malo de las pelis de James Bond con su blanco y esponjoso gato de angora.

El involuntario protagonista del incidente del gato negro en 1969
Foto: Matt Giblin Photography

El asiento en primera fila que ocupaba el espectador que interfirió en el juego en el 2003
foto: Cubfanwooss

A sólo cinco victorias del título se quedaron los Cubs en el 2003

A partir de entonces, ya con imágenes a todo color, primero algo desvaído, luego cada vez más nítido, el tiempo transcurre mucho más deprisa, ya que para que el metraje no se alargue en exceso entramos en una rápida sucesión de escenas en las que se superponen las cifras de los años que van pasando sobre imágenes de errores en el campo de juego, de dolorosas derrotas y de profunda decepción en los hinchas que siguen llenando, temporada tras temporada, las mismas tribunas de ese Wrigley Field en el que los banderines que recuerdan glorias pasadas están cada vez más viejos, descoloridos y deshilachados. No faltan además, como no podría ser de otra forma, un par de episodios más de esos en los que, como diría el maestro Hitchcock ‘la ficción ha de parecer verosímil, la realidad no tiene por qué’. Dos acontecimientos que, si no sabes que en verdad ocurrieron, piensas ‘ya se les fue la mano a los guionistas en su afán de buscar cosas fuera de lo normal’. Porque no me digáis que parece posible que un gato negro se cruce por delante del capitán de los Cubs, en pleno partido de la temporada de 1969, justo cuando se dispone a batear, entrando el equipo a partir de ahí en una racha de derrotas que arruina una temporada que había arrancado de forma prometedora. O, más rocambolesco aun, que treinta y cuatro años después, pasados todos ellos sin más éxitos para los del norte de Chicago ni en su liga ni, por tanto, en las Series Mundiales, un aficionado de los Cubs interfiera en el juego, arrebatando la pelota que se disponía a alcanzar uno de sus ‘outfielders’ en plena final de la ‘nacional’ del 2003, con el marcador a favor del equipo local que, tras el extraño incidente se viene abajo y pasa de ganar 3-0 a perder 3-8 y, lo que es peor, caer derrotado también en los dos siguientes partidos para volver a quedar apeado, una vez más, de las soñadas y cada vez más inalcanzables Series Mundiales.

Pero esta película va a tener final feliz, como todo superéxito de Hollywood que se precie. Así que, por mucho que la sequía de títulos de las World Series dure ya más de cien años y que, desde que se lanzase aquella extraña maldición en el 45, los Cubs no hayan vuelto a llegar siquiera a conseguir disputar el ansiado ‘clásico de otoño’, finalmente todo cambia. La temporada del 2016 arranca con otra sucesión de imágenes rápidas, a todo color y en alta definición, de un equipo que se muestra sólido y efectivo para ganar más partidos que ninguno otro en la larga y dura temporada regular y que, 71 años después, añade por fin otro ‘pennant’ de campeón de la liga nacional al ya más que desteñido que habían obtenido por última vez en 1945. Siete décadas después, los Cubs vuelven a las ‘Series Mundiales’, y lo hacen, además, como favoritos, por mucho que la absurda regla de dar ventaja de campo al equipo que pertenezca a la liga cuya selección gane el ‘All Star’ le de ese privilegio a sus rivales, los Indians de Cleveland. Otro equipo, por cierto, con fama de perdedor, no en vano también hace nada menos que 68 años que no logran el máximo galardón del béisbol.

El 'Progressive Field' durante el séptimo partido de las Series Mundiales del 2016
Foto: K.Farabaugh/VOA

Los Indians jugaban en casa y empezaron lanzando pero su 'starter' no pudo contener a los Cubs...
Foto: Arturo Pardavilla III

...que anotaron nada más empezar y fueron por delante hasta la octava entrada
Foto: Arturo Pardavilla III

El enfrentamiento entre dos franquicias con tal historial de fracasos y, por tanto, con tanta ansia de victoria, es ideal para plantear un tercio final de película lleno de épica. No deberían faltar aquí las típicas charlas motivadoras de los entrenadores, alternándose con las opiniones de los expertos y los esperanzadores comentarios de los aficionados, con los de los Cubs, que al fin y al cabo son los protagonistas de la historia, como hilo conductor del relato. Entre estos últimos habrán de tener especial relevancia las palabras de algún que otro veterano de la segunda guerra mundial que, siendo aun un chaval, acudió a Wrigley Field durante aquellas Series Mundiales de 1945, vio como su equipo las perdía y, con los años, empezó a pensar, cada vez con más insistencia, que nunca más iba a volver a vivir algo así y, menos aun, ver a su equipo del alma lograr el ansiado título.

La realidad ayuda aquí a los guionistas poniéndoselo todo cuesta arriba a los de Chicago, que tras los cuatro primeros partidos están al borde del abismo de una nueva derrota. Los de Cleveland han ganado tres de ellos y se encuentran a una sola victoria de romper su particular mala racha, contando, además, con la ventaja de jugar en casa los dos últimos en caso de que estos sean necesarios. Algo que finalmente si hace falta porque, como te esperas siempre en una película de estas características, los protagonistas se recuperan de forma poco menos que milagrosa. Los Cubs ganan su último encuentro en Wrigley Field, el quinto de la serie (¡el primero que ganan en casa desde aquel lejano triunfo de 1945!), llevados en volandas por una afición que quiere aun creer en que lo imposible es posible. Y, justo a continuación, en el sexto, masacran a los Indians en su casa con un contundente 9-3, tal si se tratase de un viejo western de aquellos en los que los ‘pieles rojas’ como los del logo del equipo de Cleveland eran los ‘malos’ y acababan siempre cayendo derrotados por la caballería.

El relevista de los Cubs no consiguió cerrar el partido en la parte baja de la octava...
Foto: Arturo Pardavilla III

...que acabó con tres anotaciones de los Indians y empate en el marcador...
Foto: Arturo Pardavilla III

...para alegría de los aficionados de Cleveland que llenaban las gradas del Progressive Field
Foto: K.Farabaugh/VOA

Se llega así al momento álgido, aquel en el que ya no hay más opción que la victoria, el ‘the winner takes it all’ que cantaban los suecos de Abba. El clímax perfecto en cualquier competición deportiva, sea una final de la antigua Copa de Europa o la moderna ‘Champions’ en el fútbol de nuestra vieja Europa o, en términos de deporte americano, una ‘SuperBowl’ de ‘su’ futbol, un séptimo partido de unos playoffs de la NBA, de la Stanley Cup de hockey sobre hielo o, probablemente para los estadounidenses el más significativo de todos, el de unas Series Mundiales de su deporte por excelencia, el béisbol. Porque, como decía en un momento dado de la evocadora ‘Campo de Sueños’ el personaje del escritor Terence Mann, fantásticamente interpretado por el siempre eficaz James Earl Jones, cuando se refería a la gran evolución sufrida por el país a lo largo de los años: ‘Hay una sola cosa que ha sido constante a través de los años, el béisbol’. Por eso, aunque ahora las imágenes sean a todo color, las colas de aficionados entrando al estadio de Cleveland, el césped impecablemente cortado, la tierra del montículo en el centro y la perfectamente aplanada de las ‘calles’ que delimitan el diamante, con el ‘plate’ del bateador y las almohadillas de sus bases aun inmaculadas antes del inicio del encuentro decisivo, apenas se diferencian en el atuendo de los ‘fans’ de las que veíamos cuando empezaba esta ya larga película y nos mostraban aquellos partidos de principios del siglo pasado.

Aquí el director se puede recrear durante unos instantes en un plano que nos muestre a algún espectador de los Cubs alzando orgulloso y esperanzado un cartel de ‘¡va a ocurrir!’, convencido de que la larga sequía y la absurda historia de la maldición están a punto de terminar. Y, justo a continuación, mover la cámara con un rápido ‘traveling’ hasta el primer batazo del encuentro, con el que el primer bateador de los Cubs ‘destroza’ la bola, enviándola justo por encima de la valla que delimita el fondo, haciendo inútil el esfuerzo del ‘outfielder’ de los Indians por alcanzarla… ¡1-0 para los visitantes nada más empezar! Siguen entonces momentos de esos muy de película y, por una vez, cien por cien fieles a la realidad. Como los de uno de los bateadores estrella de Chicago, lesionado y renqueante, que no se quiere perder por nada del mundo este partido y, con su rodilla apenas ‘reparada’ tras una larga recuperación, corre medio cojeando para alcanzar una segunda base que parecía fuera de su alcance. O cómo el perfecto ‘home run’ del veterano catcher de los Cubs, que a sus 40 años ya ha anunciado su retirada y quiere cerrar su ilustre carrera contribuyendo del mejor modo posible, con una anotación que aumenta la ventaja de su equipo hasta un 6-3 en la parte alta de la sexta entrada que parece poco menos que decisivo.

Pero hay que darle más emoción al final de la película, y el guionista lo va a tener fácil esta vez sin necesidad de añadir artificio ni licencia alguna. Los Indians, como los Tigers en aquel sexto encuentro de 1945, no se rinden. En la parte baja de la octava, su penúltima oportunidad de igualar el resultado, primero recortan distancias con una carrera y, después, consiguen el empate tras un espectacular batazo para ‘home run’, con la pelota cayendo en las manos de un emocionado espectador mientras el corredor que ya estaba en base eleva a dos los tantos que proporciona la jugada. El público de Cleveland, con la máxima estrella de su equipo de basket al frente, estalla en una estruendosa ovación que contrasta con la preocupación claramente visible en los rostros de los hasta hace un instante confiados fans de los Cubs, que siguen el partido por televisión en los bares que rodean el venerable Wrigley Field de la ciudad del viento.

¿Será posible que otra vez se les escape la victoria a los de Chicago? La tensión se corta con un cuchillo y agarrota los brazos de los lanzadores y de los bateadores de ambos equipos, con estos últimos incapaces de conseguir siquiera un ‘hit’ mientras unas nubes cada vez más negras llegan sobre el estadio y empiezan a caer las primeras gotas de agua. Y entonces comienza a llover, la lona blanca tapa el verde diamante y el partido, terminado ya con empate en lo que a las nueve entradas reglamentarias se refiere, se ha de detener por unos tensos minutos antes de reanudarse para las entradas extras que decidirán el nombre del ganador. Ni el mejor guionista hubiese previsto tal contingencia, ideal para unas tomas del banquillo de los Cubs, con el entrenador jefe, los técnicos y los jugadores dándose ánimos para volver a salir al campo en cuanto sea posible y conseguir esa victoria que ya parecía en la mano y que ahora vuelve a estar en el aire, cual pelota recién bateada por el rival que se niega a ser recogida por ningún guante de los defensores.

El cesped protegido de la lluvia tras completarse la novena entrada con empate en el marcador
Foto: Arturo Pardavilla III

El último out que dio el triunfo en la entrada extra del séptimo partido a los Cubs
Foto: Arturo Pardavilla III

Incontenible alegría de los Chicago Cubs, campeones de las Series Mundiales 108 años después
Foto: Arturo Pardavilla III

Instantes después, las nubes deciden dar tregua y se reanuda el juego con otro providencial batazo del semilesionado veterano de los Cubs, que consigue llegar a primera base, donde es sustituido por un compañero, más joven y más rápido, para intentar sacar partido de la situación. El siguiente bateador de Chicago logra conectar con la bola, pero esta desprende una alta parábola antes de caer mansamente en manos de un defensor de Cleveland. ‘Flyout’ y ‘uno fuera’ se oye gritar… pero el rápido ‘pinch runner’ recién entrado al campo aprovecha el reenvío al ‘home’ para alcanzar la segunda base y aun quedan dos más por eliminar para evitar que los visitantes vuelvan a cobrar ventaja. Los Indians ven el peligro venir porque, además, el tercer bateador de los Cubs ya les ha hecho daño antes con sus precisos impactos, así que deciden concederle una base por bolas para tener opción a una doble eliminación que corte de raíz las aspiraciones de los de Chicago. Pero los Cubs no van a desaprovechar la ocasión, su siguiente hombre en el turno de bate conecta un espléndido ‘hit’ que permite al joven e impaciente corredor que estaba en la segunda base completar el largo y ansiado camino de retorno a casa, pasando como una exhalación por la tercera para acabar pisando el ‘plate’ y anotando el 7-6 en el marcador para su equipo. Además, ahora con corredores en primera y tercera, los de Chicago siguen amenazando con aumentar la ventaja, a lo que los de Cleveland tratan de replicar con otro ‘walk’ estratégico que deja las bases amenazadoramente llenas pero, a cambio, aumenta las opciones de esa doble eliminación que, al menos, dejaría la diferencia en un solo tanto a favor de los visitantes. Y, al igual que en al anterior intento, son los Cubs, ya más que decididos a romper con todos los malos augurios, quienes sacan más provecho de la partida de ajedrez en que se está convirtiendo el ya poco menos que interminable encuentro. Se produce un nuevo ‘hit’, con la bola que se escapa hacia la izquierda del campo, fuera del alcance de los defensores de Cleveland el tiempo justo para que los de Chicago anoten una carrera más…¡ocho a seis! Una ventaja de dos carreras con la que, tras un ‘flyout’ precedido de, por fin, una eliminación por ‘strikes’ conseguida por el ya más que frustrado ‘pitcher’ relevista de los Indians, se cierra la parte alta de esta que va a ser histórica décima entrada para los Cubs.

De todas formas, aunque la ventaja es importante, el partido aun no está ganado, ya lo hemos visto minutos antes cuando el margen era aun mayor… todavía falta rematar. La tensión, y la atención de nuestras cámaras, pasa entonces de los bateadores vestidos de azul eléctrico al pitcher que entra al campo para hacer lo que todo lanzador sueña con hacer algún día en su carrera deportiva: terminar el partido que le de la victoria a su equipo en la Series Mundiales. Y el esbelto jugador de raza negra con el número 6 a la espalda empieza a hacerlo a lo grande, con un ‘strike out’ que deja perplejo al primer bateador de los Indians, incapaz siquiera de tratar de impactar con las endemoniadas bolas que le llegan como imparables proyectiles… ¡uno fuera! Su sucesor en el turno de bateo consigue, al menos, hacer ‘sonar la madera’, pero no con ese rotundo impacto que desea sino con uno más bien sordo, que deja la bola al alcance de los defensores para hacerla llegar a primera base mucho antes de que él lo consiga…¡dos fuera¡

Ya sólo falta uno, pero siempre es el más difícil, el último. Y, de nuevo, la necesaria emoción para el climax de toda película deportiva que se precie nos llega de la realidad sin necesidad de maquillarla. El tercer miembro de la Tribu consigue golpear la bola con la contundencia suficiente para alcanzar primera base y, sobre todo, que su compañero en segunda complete la vuelta al diamante… ¡ocho a siete! El empate vuelve a estar al alcance del bate de los Indians. Si su siguiente jugador consigue un ‘home run’ el marcador se volverá a igualar como ya había ocurrido minutos antes. El riesgo es alto y el entrenador de los Cubs no quiere dejar ni un cabo suelto. Un nuevo pitcher entra en escena, un alto y fornido californiano que toma el relevo de su compañero con el objetivo final más cerca que nunca y, por tanto, con aun mayor responsabilidad sobre sus anchos hombros. Los ecos de la maldición resuenan entonces en forma de ‘voz en off’, porque el guionista se resiste a no poner algo de su parte para aumentar la carga emotiva de los instantes finales. El director se apoya en esa licencia del escritor para recrearse, mientras tanto, con un par de planos cortos, primero de la mirada del pitcher, fija en las señales de su catcher, después de su mano, con los dedos moviéndose nerviosos alrededor de las costuras de la inmaculada bola blanca. Es uno de los momentos más cinematográfico que el mundo del deporte puede ofrecer… especialmente cuando vemos que la bola, una vez lanzada con decisión, se acerca a los dominios del bateador, que ajusta su postura, ejecuta el ‘swing’ y consigue que la madera entre en contacto con el cuero. Si la pelota sale lo suficientemente alta y lejana se producirá un nuevo empate… ¿ocurrirá así? El director de la película aprovecha al máximo esa incertidumbre y juega un poco con nosotros: quita el sonido y deja suspendida en el aire esa bola recién golpeada mientras nos muestra, en rápidos ‘flashes’, las expresiones que van del miedo del veterano aficionado de los Cubs que habíamos visto antes del inicio de las Series, a la tensión del defensor de su equipo, que la busca con la mirada, y a la determinación del bateador rival, que ya sale decidido en pos de alcanzar a salvo la primera base.

Y, entonces, de repente, el sonido vuelve, la acción recupera su velocidad real y vemos como la bola es atrapada por el tercera base de los Cubs. Con un rápido movimiento la envía a su compañero en primera y este la recoge con tiempo de sobra para levantar los brazos jubiloso antes de que el bateador rival haya tenido opción de pisar la almohadilla que defiende como si en ello le fuese la vida. ¡Se acabó la mala racha más larga de la historia del deporte! ¡Ya no hay maldición que valga!... ¡los Cubs de Chicago ganan las Series Mundiales del 2016!

Llegados a este punto poco le queda ya por añadir al guionista y por filmar al director, las imágenes de los jugadores abrazándose en el centro del diamante se mezclan con las de sus aficionados celebrando jubilosos en las tribunas del campo rival y en los bares que rodean el propio. Ciento ocho años de béisbol quedan así resumidos en una película con la magia que sólo el cine es capaz de conseguir… aunque en esta ocasión la historia que se cuenta, si alguien se decide un día a convertir los hechos de este relato en un film, sea de lo más real… ¡creamos o no en las maldiciones!

Texto:
Daniel Cean-Bermúdez

Fotos: Wikimedia Commons

¿Te ha gustado este reportaje? ¡Compártelo! ->