Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

UN ESTRUENDO INESPERADO

23 DE JUNIO DEL 1991: ALREDEDOR DE LA UNA DE LA TARDE.

Imposible pasar desapercibido con esa chillona combinación de colores en su decoración. Una mezcla de naranja fluorescente con verde brillante que te obliga a apartar la vista si no llevas protegidos los ojos con los cristales oscuros de unas gafas de sol. Pero, aunque mires para otro lado es difícil que dejes de ser consciente de su presencia. En cuanto se pone en marcha emite un sonido tan atronador que, instintivamente, vuelves a girarte en su dirección.

Sin embargo, más allá de por su extravagante aspecto y por el ensordecedor ruido que produce, pocos son los que prestan atención al llamativo y estruendoso Mazda 787b cuando se habla de favoritos al triunfo en las 24 Horas de Le Mans del 1991. Al fin y al cabo, la marca japonesa lleva más de quince años participando con escaso éxito en la carrera. Su particular motor rotativo nunca ha resultado especialmente potente, consume mucho y sólo destaca por su fiabilidad, una virtud indudablemente importante pero que, hasta el momento, no ha sido suficiente para conseguir más que algún que otro puesto secundario.

Pero ese año los nuevos reglamentos del campeonato del mundo de sport-prototipos suponen un buen número de cambios en el orden establecido las campañas anteriores. Atrás acaba de quedar la época de los grupo C y sus motores de gran cubicaje, con o sin turbo. La nueva normativa, centrada en los atmosféricos de tres litros y medio de cilindrada, las mismas características de los propulsores utilizados en la Fórmula 1, significa partir poco menos que de cero para las grandes marcas involucradas en el certamen. Porsche no está interesada en la nueva fórmula, y tanto Mercedes como Jaguar y Peugeot, recién llegada al campeonato, saben que los rabiosos V8 y V10, pensados para las pruebas al sprint, no ofrecen garantía alguna de aguantar la dureza de las 24 horas. Algo de lo que también son conscientes los organizadores de la prueba, que permiten la presencia de los modelos del grupo C (aunque lastrados, eso sí) ante el temor de quedarse poco menos que sin participantes al poco de empezar una competición que, incluso con esa posibilidad de ‘rescatar’ coches de las campañas anteriores, cuenta finalmente con sólo treinta y ocho vehículos en la línea de salida.

Tampoco los rotativos van a tener ya cabida en el mundial, así que la edición del 1991 es la última oportunidad para Mazda de alcanzar el éxito en Le Mans con su exclusiva tecnología basada en la invención del Doctor Wankel.

Uno de los nuevos prototipos que eso año protagonizan las pruebas del campeonato del mundo, el futurista Jaguar XJR14 de motor Cosworth V8 3.5, marca el mejor crono absoluto. Pero los responsables de Jaguar optan por no alinearlo en carrera ya que están seguros de que no va a aguantar y prefieren centrar sus esfuerzos en los veteranos XJR12 de motor V12 con más de siete litros de cilindrada. Mercedes también se concentra en su modelo del año anterior, el C11 de propulsor V8 turbo 5.0, y sólo Peugeot, que no tiene otra opción al ser su primer año en el campeonato, se atreve a tomar parte con el tan bonito como, por el momento, escasamente fiable 905 equipado con un V10 de tres litros y medio.

Los coches franceses hacen lo que se espera de ellos, liderar al inicio antes de retirarse por problemas mecánicos. En cabeza quedan los plateados Mercedes, que ocupan durante largo rato las tres primeras posiciones y parecen destinados a mejorar incluso su fantástico doblete de dos años antes. Sus rivales de entonces, los Porsche, y los ganadores de la edición anterior, los Jaguar, no dan esta vez tanta batalla. La representación de la marca germana está en manos de equipos privados con el cada vez más veterano 962, que acusa definitivamente el paso de los años y no tiene suficiente ritmo. Los coches británicos consumen en exceso a causa del aumento de peso debido a la nueva normativa.

Por detrás, a la chita callando pese a su ruidoso motor, el Mazda de colores chillones va ganando posiciones. A su volante se alternan tres pilotos procedentes de las carreras de monoplazas que ruedan realmente deprisa, el británico Johnny Herbert, el belga Bertrand Gachot y el alemán Volker Weidler. A mitad de carrera, en plena noche, son terceros, por detrás de dos Mercedes y precediendo ya a los tres Jaguar y a todos los Porsche.

Poco después, a eso de las cinco de la mañana, pasan a ocupar el segundo puesto cuando el C11 que comparten las tres jóvenes promesas del equipo Junior de la marca de la estrella, Michael Schumacher, Karl Wendlinger y Fritz Kreutzpointer, pierde tiempo a boxes a causa de una avería en la caja de cambios.

Las horas siguen pasando, amanece sobre Le Mans, y al frente de la clasificación se mantiene el único Mercedes que no ha tenido problemas, pilotado por un trío de expertos veteranos, el alemán Jochen Mass y los franceses Michel Ferté y Jean-Lous Schlesser. Tras ellos, imperturbable, continúa girando como un reloj el colorido y atronador Mazda, cuya presencia ya es advertida por todos más allá de por sus inconfundibles aspecto y sonido.

Entonces, cuando apenas faltan un par de horas para concluir la carrera, el coche líder entra en boxes y no sale cuando se supone que debía hacerlo. El motor se ha sobrecalentado y la reparación es larga. Para sorpresa de todos el primer lugar pasa a poder del curioso Mazda. En esos momentos es Herbert quien pilota el coche japonés. El británico está en un momento complicado de su carrera deportiva, tratando de demostrar que vuelve a ser el de siempre, el de antes de aquel horrible accidente en una carrera de la Fórmula 3000 en Brands Hatch que destrozó sus pies y condicionó por completo su debut en Fórmula 1 al año siguiente con Benetton.

Cuando entra en boxes para la que está prevista como última parada, se encuentra cansado y, sobre todo, algo débil. Apenas si ha comido algunos de esos típicos noodles, los fideos japoneses que son la dieta más habitual en el equipo nipón. Pero cuando le preguntan si quiere seguir hasta el final no se lo piensa dos veces. Que mejor demostración de su recuperación que mostrar aguante. Que mejor recompensa que cruzar la línea de meta en primera posición. El pequeño británico resiste y completa la carrera para conseguir un resultado histórico, la primera victoria de un fabricante japonés en la prueba más apreciada por todas las marcas del país del sol naciente. Un éxito que Herbert, totalmente exhausto por la deshidratación, no podrá celebrar en el podio junto a sus compañeros. Tendrá que conformarse con escuchar, desde el centro médico del circuito, otro estruendo tan o más sonoro que el emitido por el motor del Mazda que todavía resuena en su cabeza después de tantas horas escuchándolo más de cerca que nadie, el de la ovación que los miles de espectadores, muchos de ellos británicos, dedican al sorprendente equipo ganador.