Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

LA ÚLTIMA LECCIÓN DEL MAESTRO

Fórmula 1, Gran Premio de Alemania 1957, Nürburgring

La larga y ondulante recta parece interminable. Está flanqueada por frondosos árboles. Su intenso verde rodea el gris asfalto sobre el que se desplazan a toda velocidad dos esbeltos monoplazas rojos de formas idénticas. Sólo se diferencian en el número que lucen sobre su carrocería y en el color que adorna el inicio de su morro. Un algo desvaído azul para el que lleva el 8. Un desgastado esmeralda para el portador del 7.

La carrera está ya en su fase final y parece que los dos jóvenes británicos que pilotan los coches que van por delante, en los que luce orgulloso un pequeño caballo encabritado sobre campo gualda, se van a jugar entre ellos la victoria. Son buenos amigos y, gane quien gane, los dos se alegrarán por el triunfo del otro. Pero entonces aparece en sus espejos retrovisores la forma de otro coche rojo. Su silueta es más alargada y sobre su frontal, pintado de amarillo, es apenas visible el diminuto emblema de un tridente. Un símbolo que representa a la perfección la amenaza de su presencia cada vez más cercana. Al volante de ese monoplaza, identificado por el número 1, va el veterano campeón al que todos consideran, sin duda alguna, el mejor en el difícil y peligroso arte de conducir esos potentes artilugios que se disputan el triunfo en los Grandes Premios automovilísticos.

Por eso cuando el que va en cabeza se da cuenta de que el líder de la marca rival se aproxima a un ritmo que él no va a ser capaz de contrarrestar, le hace un gesto con la mano a su compañero para que tome el relevo y trate de contener la remontada del implacable perseguidor. Pero es inútil. Calzado con neumáticos más frescos, después de una parada en boxes que se alargó más de la cuenta y le está obligando a arriesgar infinitamente más de lo que considera razonable, el argentino de gesto serio les da caza con una feroz determinación. Y, como no podía ser de otra forma, los dos jóvenes aspirantes acaban siendo atrapados y rebasados por el cuatro veces campeón del mundo.

Un honor, en todo caso, porque le han obligado a romper su regla más preciada. Esa de ‘ganar corriendo lo menos posible’ en la que ha cimentado la mayoría de sus numerosísimos triunfos, logrados haciendo uso más de su privilegiada cabeza que de su inmenso corazón, más de su aguda inteligencia que del innegable valor que posee pero prefiere no utilizar por encima de los estrictamente necesario. Sabe que abusar del arrojo lo pone en manos de la caprichosa Diosa Fortuna. Y a él no le gusta estar en manos de nadie, por divinas que sean. Prefiere tenerlo todo bajo su control. Como finalmente está esa carrera cuando enfila la recta de llegada y ve ondear la bandera a cuadros a su paso para saludar un triunfo muy especial.

El Maestro acaba de impartir su última y más brillante lección.