Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

LA IMAGEN DE LA MONTAÑA ESPAÑOLA

Pequeño homenaje al gran Juan Fernández

Era una barqueta blanca como la nieve de las altas cimas a las que llegaba primero que nadie.

En su inmaculada carrocería destacaba el logotipo de una marca de productos lácteos, procedente tal vez de la leche de aquellas vacas que pastaban tranquilas en las verdes laderas hasta que el aullido de un motor, girando cerca del límite de revoluciones sobre la cercana cinta de asfalto, las sacaba por un breve instante de su ensimismado rumiar.

La visión iba a ser casi igual de fugaz para otros espectadores más excitables, los aficionados al motor que aguardaban ansiosos su llegada al borde de la carretera.

Al volante de aquel vehículo, ancho, bajo y de afiladas formas, un SEÑOR, en el más amplio significado del término, apretaba a fondo el acelerador con una fiereza que en nada dejaba adivinar su rostro, de rasgos tan apacibles como su carácter.

El sonido de las marchas subiendo era como el redoble de tambor que anuncia la aparición de la estrella más esperada del espectáculo.

De repente, como venido de ninguna parte, aparecía veloz, inconfundible, inalcanzable, la Lola-Danone de Juan Fernández camino de una nueva victoria.

Durante muchos años esa fue la imagen más conocida en las competiciones de montaña españolas. La del conjunto triunfador casi siempre, hasta tal punto que era mucho más noticia una de sus muy inusuales derrotas que cualquiera de sus innumerables victorias. A base de éxitos, el tranquilo piloto de Sabadell y su nervioso biplaza con nombre de mujer se convirtieron en el emblema de las carreras en cuesta para toda una generación de entusiastas de la especialidad más extrema y más auténtica del mundo del motor.

Juan Fernández vencía en las rampas de Montserrat, el Montseny o tantas otras subidas de su Cataluña natal. Ganaba prácticamente siempre en sus habituales visitas al sur para ascender los Montes de Málaga o La Mota. Al centro para alcanzar antes que nadie la cima del Puerto del Pico. A las Baleares, donde nadie podía con él en Puig Major. Al norte, en escenarios llenos de historia situados a todo lo largo de la cornisa cantábrica; desde Jaizkibel o Reineta en el País Vasco hasta Chantada en Galicia, pasando por Peña Cabarga y la Bien Aparecida en Cantabria o Muncó y El Fito en Asturias. En todos ellos, y en muchos otros de cualquier rincón de España, sus visitas solían acabar, invariablemente, con una corona de laurel adornando el cuello para enmarcar una tímida sonrisa que rubricaba la consecución de otro indiscutible primer puesto.

Destacar uno sólo de sus bastante más de centenar y medio de victorias en pruebas de montaña es casi tan fútil como intentar batirle resultaba para sus rivales. Siendo asturiano, si tengo que quedarme con uno ese sería el que logró en la montaña mágica del Sueve en mayo del 1978.

La lluvia, ese peaje que hemos de pagar los que vivimos en estar tierras para disfrutar de su intenso verdor en los preciados días de sol, dejó el asfalto de la cara sur del Fito brillante como un cristal… y tanto o más resbaladizo.

Era la gran oportunidad para el triunfo del héroe local, Martínez-Noriega, que subía como los ángeles, haciendo honor a su nombre, y marcaba un tiempo que parecía insuperable.

Pero Juan Fernández era la deidad suprema de la montaña, batirlo sonaba a sacrilegio incluso con los atenuantes de aquel aguacero que daba alas al pequeño Simca del asturiano y convertía en una bañera casi imposible de pilotar a la poderosa Lola del catalán, vestida por primera vez aquel año con los colores del patrocinador al que la mayoría asociamos su recuerdo.

Naturalmente, la victoria fue para el catalán, como no podía ser de otra forma por mucho que a los asturianos nos hubiera encantado el triunfo del pequeño matagigantes. Ya se sabe, en las peleas de David contra Goliat es el más débil quien suele contar con los favores del público. La diferencia en esta ocasión, fue que el triunfo del más fuerte no resultó lo antipático que es también habitual en tales circunstancias cuando, además, es forastero y se impone al de casa. Porque era imposible que a alguien le pudiera caer mal aquel caballero de las carreras, que ganaba una y otra vez pero no por ello resultaba arrogante ni generaba rechazo. Si acaso, una sana y competitiva envidia entre sus rivales, deseosos de vencerle, aunque fuera sólo una vez.

Ganar a Juan Fernández en una subida era una de esas hazañas que, por sí solas, marcan un antes y un después para cualquier piloto. Entre las temporadas del 1972 y el 1983 sólo se le escaparon al catalán dos campeonatos de España de Montaña, los del 74 y el 76. El resto fueron todos suyos. Un total de diez entorchados, repartidos en dos décadas, que acompañó además de un par de títulos europeos de su categoría en las campañas del 1973 y el 1974. El segundo con la otra marca a la que estuvieron ligados muchos de sus éxitos en las subidas, la italiana Osella. El primero cuando su montura era el Porsche 908, un coche que, decorado con los colores amarillo y verde de Tergal y la Escudería Montjuic, es el símbolo de su anterior época en las competiciones del motor.

foto: Marc Le Beller www.flickr.com/people/zantafio56

Antes de convertirse en el monarca absoluto de la montaña española, ese hombre tranquilo nacido a mediados de diciembre del 1930 en Sabadell, había sido el piloto nacional más prolífico en competiciones de circuitos de nivel internacional. Su quinto puesto en las 24 horas de Le Mans del 1973, logrado en compañía de Paco Torredemer y Bernard Cheneviere fue, durante muchos años, el mejor resultado español en la gran clásica de la resistencia mundial. Una actuación sobresaliente que no era si no la culminación de más de una década destacando en las pruebas de pista, después de triunfar también en los tramos de rallye durante la primera mitad de los años 60.

Vencedor en el Jarama y en su querido Montjuic, Juan Fernández retornó a los circuitos casi veinte años después, en la segunda mitad de los 80, para completar su fabulosa cosecha de más de 200 carreras ganadas con victorias en el nuevo Jerez y, sobre todo, en el clásico Guadalope de Alcañiz. Su vuelta record con la Osella a casi 150 kilómetros por hora de media en el vertiginoso ‘Mónaco español’ que discurría por las estrechas calles de la localidad turolense será imbatible para siempre. Como insuperable se nos antoja su palmarés en al montaña y la huella que su figura y su trayectoria han dejado en la especialidad.

foto: Facebook Juventudes del Circuito Guadalope www.facebook.com/Juventudes-del-Circuito-de-Guadalope

Porque, aunque pasen los años y sus triunfos estén cada vez más lejanos en ese tiempo implacable que él conseguía doblegar por unos minutos llenos de magia cada vez que se ponía al volante, para muchos la imagen que permanece obstinadamente asociada en nuestra memoria a las carreras en cuesta es la de esa barqueta blanca con publicidad de yogures pilotada con brío y clase por el inolvidable Juan Fernández.