Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

UNA MILÉSIMA DE ORO

Campeonatos de Europa de Atletismo: Final de 110 metros vallas.

Sus apellidos empiezan por las mismas cinco letras. Su determinación es idéntica. Los dos miran al frente con gesto serio, no se sabe si ignorándose o desafiándose. El de camiseta blanca y piel oscura esconde la expresión de sus ojos bajo unas futuristas gafas de espejo doradas, el color de la medalla que ansía. El de elástica roja y tez clara fija sus negras pupilas en un punto situado algo más de cien metros por delante. Allí está la línea que quiere cruzar antes que nadie. Un objetivo del que ambos están separados por diez obstáculos. Son una decena de vallas de un metro de altura que se convierten en un túnel cuando se mira hacía ellas desde la posición que ocupan al agacharse, tensos como resortes, en los tacos de salida. Al otro lado de ese angosto pasaje está la gloria del triunfo. También la decepción de la derrota.

La diferencia entre ganar o perder en una carrera tan corta suele ser pequeña y estar definida por pequeños detalles. Una reacción algo más tardía al disparo de salida. Unos primeros apoyos ligeramente menos decididos. Un leve roce con la madera al pasar cualquiera de las vallas que, superadas sin perder impulso gracias a la depurada técnica y la extraordinaria fuerza de los atletas, apenas si han de interrumpir brevemente su carrera cada tres largas zancadas.

En la arrancada es algo más veloz el menos experto de los dos, que supera en cabeza el primer obstáculo. El más veterano reacciona y alcanza a su joven oponente llegando al segundo. Las tres siguientes vallas las rebasan a la vez, con la pierna izquierda estirada indicando el camino a seguir, convertida en un ariete que les abre camino. La punta de la zapatilla del que ocupa la calle 5 aparece apenas unos milímetros por delante en las cuatro siguientes. Una diferencia mínima, apenas perceptible, que se queda en nada al paso por la última, de la que ambos salen absolutamente en paralelo, con sus movimientos sincronizados como bailarines de una compañía de danza que ha realizado mil y un ensayos para que todo sea perfecto.

Ya no hay más obstáculo entre los dos y la llegada que el fresco aire de la noche de Múnich. Unas pocas zancadas más. Agónicas. Con el último aliento como combustible. Con la ilusión como impulso adicional para sus doloridos músculos. Cualquiera puede ganar. Uno va a vencer. El otro va a perder.

Los dos siguen mirando al frente, con gesto serio, crispado pero impasible. Ahora seguro que no se ignoran. Saben que el otro está ahí al lado. Que no quiere ceder. Que no va a hacerlo. El último esfuerzo les lleva a echar su cuerpo hacia adelante. A estirar sus cuellos como el purasangre de carreras que instintivamente busca el poste de llegada. Lo cruzan tan a la vez como han pasado la valla final. Tan igualados como han corrido esos últimos metros que han dejado atrás en poco más de un segundo. Un instante fugaz visto desde fuera. Interminable vivido desde dentro.

En apenas trece segundos todo ha terminado pero en realidad no ha acabado aún. Ninguno de los dos sabe quien ha ganado. Y eso es lo que más les importa ahora mismo. Lo de menos es la marca o si han hecho una carrera perfecta. Exhaustos miran al cielo, a la pantalla gigante del marcador del estadio, convertida en el juez que dicta sentencia y se hace de rogar con el veredicto. Finalmente aparece el resultado. Los dos han empleado el mismo tiempo en segundos (trece) décimas (una) y centésimas (catorce). Pero el último dato es un redondeo matemático engañoso. Las milésimas deciden. El de la calle 4, el más joven, el que iba vestido de rojo, el de ojos negros y mirada fija al frente ha empleado exactamente una menos que el de la 5, el más experto, el de la camisera blanca, el de las gafas doradas cuyo color simboliza ahora el reflejo de la medalla que colgará en unos minutos del cuello de su oponente.

Por la mínima diferencia posible, una milésima de segundo, Asier Martínez ha ganado la final de los 110 metros vallas de los Campeonatos de Europa de Atletismo por delante de Pascal Martinot-Lagarde. Una milésima de oro.


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