Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean
Fotos: Le Tour - A.S.O.

De Florencia a Niza en tres semanas

Día a día del Tour de Francia 2024.

El Giro de Italia pasó de ser 'Pogacar contra todos' a 'nadie contra Pogacar'. Desde el punto de vista estrictamente numérico era una lucha desigual. Acabó siendo, en efecto, muy desigual, pero a favor del portento esloveno, escandalosamente superior al resto de participantes hasta el punto de ser capaz de dominar una gran vuelta como nadie lo hacía desde varias décadas atrás. Más allá de ganar seis etapas y liderar desde el segundo día tras quedarse a apenas centímetros de vestir de rosa desde el primero, más llamativo aún fue el hecho de distanciar al segundo clasificado de la general en prácticamente una decena de minutos. Un resultado literalmente de otros tiempos ya que hay que remontarse a la edición del 1965 de la ronda italiana para encontrar un margen mayor, los casi once minutos y medio con los que Vittorio Adorni se había impuesto hace cincuenta y nueve años.


De todas formas, una cosa es el Giro y otra el Tour. En Italia esos 'todos' que acababan siendo 'nadie' tenían como principales exponentes al veterano Geraint Thomas, lejos ya de su mejor época, y al irregular Daniel Felipe Martínez, con un quinto puesto logrado tres años antes como único resultado entre los veinticinco mejores de una de las tres grandes rondas por etapas. En Francia, más que Pogacar contra todos el planteamiento era el mismo de las dos últimas ediciones, 'Pogacar contra Vingegaard'. A favor del esloveno podían estar las dudas sobre el estado de forma del danés después de su terrible caída en el País Vasco. En contra la dificultad de lograr el doblete Giro-Tour. Además, también emprendían el largo camino a la inusual meta de Niza otros dos posibles aspirantes al triunfo final o, al menos, a mezclarse en ese duelo y añadirle más variables a la lucha, Roglic y Evenepoel. El Tour debía ser diferente, más competido, más igualado, más impredecible.


Sábado 29 de junio: Final feliz

foto: Charly López - A.S.O.

De hecho así comenzaba aunque, como si de una continuación del Giro se tratase, el Tour arrancara en Italia, el territorio recién conquistado por Pogacar. Partiendo de la hermosa Florencia, la primera etapa acababa teniendo un final tan bello como inesperado. Su desarrollo parecía el previsible de la típica primera jornada de competición, con fuga de unos cuantos valientes condenada al fracaso ante el voraz apetito del pelotón. Sin embargo, durante muchos kilómetros parecía como si la competición respondiese a los designios de un guionista de películas de suspense. Una de esas cintas en las que se mantiene la tensión a base de ir alargando una situación que parece tener final irremediable pero no acaba de suceder.

Poco a poco, la escapada iba perdiendo terreno y protagonistas. La diferencia a favor de los fugados era cada vez menor y estos eran cada vez menos. Cerca ya del que parecía inevitable desenlace sólo quedaban dos, compañeros de equipo además. Entonces es cuando descubríamos que el autor del guión era más aficionado a las películas con final feliz. Porque en lugar de ser capturados por sus perseguidores, la pareja de escapados conseguía el imposible de llegar a la meta por delante. Lo hacía, además, gracias al generoso sacrificio de uno de sus miembros, Van den Broek, dispuesto a darlo todo para que el otro, Bardet, alcanzase la doble y suprema felicidad de ganar la etapa y vestir, por primera y probablemente última vez, el codiciado 'maillot' amarillo de líder.

Un resultado de cuento de hadas para el veterano francés en la que debería ser su despedida de la carrera más deseada por cualquier ciclista y, más aún, por uno nacido en Francia.


Domingo 30 de junio: Empate en el primer asalto

foto: Charly López - A.S.O.

La segunda jornada, también con Italia como escenario, era igualmente propicia para un francés, en este caso un joven que lograba su primer triunfo, Vauquelin. Su victoria, resolviendo con fuerza e inteligencia la numerosa escapada que precedía al pelotón, era algo así como la actuación del grupo de teloneros que precede a la entrada en escena de las grandes estrellas. Apenas tres minutos por detrás Pogacar arrancaba en la empinada ascensión de San Luca y sólo Vingegaard conseguía responder al desafío. El primer asalto del combate terminaba con el esloveno vestido de amarillo pero en tablas en lo que respecta a tiempo, tanto entre ellos como con Evenepoel que se les unía en el descenso a las calles de Bolonia mientras Roglic cedía algo más de veinte segundos y se convertía en el primero en ceder del cuarteto de máximos favoritos.


Lunes 1 de julio: Sorpresa para la historia

foto: Charly López - A.S.O.

El tercer día en territorio italiano tenía como destino la populosa Turín y deparaba el primer sprint. Producía además la primera sorpresa en lo que a las llegadas masivas se refiere. No ganaba el gran favorito, Philipsen, ni su más directo rival sobre el papel, Pedersen. El vencedor hacía historia, además. Era Girmay, primer ganador de etapa negro en un deporte que hasta hace no mucho siempre había sido cosa de blancos. El eritreo se imponía por delante del colombiano Gabiria, otro ciclista que en su momento ya rompió también moldes demostrando que los de su país no sólo son rápidos cuesta arriba. También resultaba histórico, aunque probáblemente mucho más anecdótico, el cambio de líder que situaba por primera vez a un ecuatorino, Richard Carapaz, al frente de la clasificación general del Tour.


Martes 2 de julio: Fuerza y valor

foto: Billy Ceusters - A.S.O.

Precisamente cuesta arriba tocaba ir al día siguiente, cuando la carrera cruzaba por fin la frontera que separa Italia de Francia para su única etapa de este año en los siempre decisivos Alpes. Una etapa corta, además, apenas algo más de ciento veinte kilómetros. Pero con el siempre temible Galibier en su parte final. Aunque se subiera por su lado menos empinado, la dureza del gigante alpino es incuestionable y Pogacar utilizaba las escarpadas rampas finales para lanzar un ataque al estilo del de Luca pero más sostenido y en un terreno en el que hacía más daño. Al igual que en las inmediaciones de Bolonia, sólo Vingegaard era capaz de responder. A diferencia de entonces no llegaba a ponerse a su rueda. Los pocos metros que separaban al danés del esloveno se traducían en menos de diez segundos en la cima pero acababan siendo cerca de cincuenta en la llegada.

La bajada resultaba más decisiva que la subida, especialmente a medida que la pendiente era menor y hacía falta impulsar la bicicleta más a base de fuerza que de valor. Pogacar iba aumentando poco a poco la diferencia y no dejaba de pedalear hasta cruzar la línea de llegada, momento en el que celebraba con gesto fiero su victoria y la conquista del amarillo. Vingegaard se tenía que resignar a verle desaparecer en la distancia y era alcanzado por el resto de favoritos, entre los que Evenepoel bajaba peor pero llaneaba mejor para acabar siendo segundo en la etapa y la general, confirmando su papel de posible tercero en discordia en el duelo entre los dos últimos ganadores de la prueba.


Miércoles 3 de julio: El récord que parecía imbatible

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

Entre cohibidos por la demostración del nuevo líder y cansados por el primer contacto con la montaña, los participantes de la edición ciento once del Tour se tomaban entonces con calma su primera etapa completa en territorio francés. La jornada del miércoles 3 de julio discurría tranquila, más allá de un par de sustos en los siempre complicados pasos urbanos con isletas, y parecía destinada a un sprint, uno más, uno de tantos, sin mayor relevancia en el devenir de la prueba que la propia de añadir un triunfo de prestigio a quien consiguiera ser el más rápido en la recta final. Pero entonces aparecía abriéndose paso entre el multicolor caleidoscopio de velocistas que buscaban con ansia la línea de meta uno de porte menudo vestido de azul celeste.

De repente, la primera llegada del Tour a Saint Vulbas ponía para siempre en la historia de la carrera el nombre de la pequeña localidad como el inesperado escenario de la hazaña de un veterano que batía un récord que durante muchos años parecía inalcanzable. A sus treinta y nueve años de edad, cuando pocos, tal vez sólo él mismo, pensaban que era posible, Mark Cavendish volvía a ganar en la carrera ciclista más importante del mundo. Era su triunfo número treinta y cinco, el que le situaba en solitario en la cima de la lista de vencedores de etapa en la 'Grande Boucle', rompiendo para siempre el ya de por sí extraordinario registro de estar igualado a treinta y cuatro con el campeonísimo Eddy Merckx.


Jueves 4 de julio: Tensa calma

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

Con los ecos del récord de Cavendish aun resonando y la perspectiva para los favoritos de la contra reloj del día siguiente, la sexta etapa estaba poco menos que condenada a ser definida con el clásico eufemismo de 'jornada de transición'. Uno de esos días de tensa calma a la espera de la tempestad. Por mucho que en algunos momentos los cambios de dirección del recorrido pudiesen propiciar alguna que otra pequeña escaramuza para tratar de aprovechar el viento y formar los siempre temidos abanicos, finalmente ni el aire soplaba con demasiada fuerza ni había las suficientes ganas de dar batalla como para evitar la llegada al sprint. En los metros finales, Philipsen, apoyado en un lanzador de lujo, el campeón del mundo Mathieu Van de Poel, parecía tenerlo todo a favor para inaugurar su cuenta de victorias. Pero por su izquierda surgía con fuerza el portador del maillot con los colores de la bandera de los eternos rivales de los belgas en estas lides, los neerlandeses. Recientemente proclamado campeón de los Países Bajos, Dylan Groenewegen ganaba de nuevo en el Tour cinco años después de su anterior triunfo en la ronda francesa mientras que el favorito y gran dominador del año pasado se tenía que conformar con la peor posición para alguien tan acostumbrado a ganar, la segunda.


Viernes 5 de julio: La primera (media) hora de la verdad

foto: Charly López - A.S.O.

Una contra reloj nunca miente. La lucha en solitario contra el tiempo es siempre una prueba que ofrece resultados de valores absolutos, sin factores que los puedan relativizar como la influencia del equipo o los mayores o menores aciertos a nivel táctico o estratégico. En ese sentido, la primera de las dos 'cronos' incluidas este año en el recorrido del Tour confirmó plenamente los pronósticos, tanto en lo que respecta a la clasificación de la etapa como a sus efectos en la general. Se puede decir que fue media hora de la verdad, ya que quien menos tiempo invirtió en cubrir los poco más de veinticinco kilómetros a recorrer entre Nuits Saint Georges y Gevrey-Chambertin fue Remco Evenepoel, que los hizo en apenas ventinueve minutos. El mejor en el duelo entre los dos últimos ganadores en París fue Tadej Pogacar.

El triunfo del belga hizo honor a su título de Campeón del Mundo de la especialidad mientras intenta, en su primer Tour, convencer de que puede ser más un Eddy Merckx que un Freddy Maertens, los dos belgas ganadores de grandes vueltas a los que más recuerdan su potencia y forma de competir. La ventaja adquirida por el esloveno respecto al danés elevó el margen entre ambos a un minuto y cuarto, distancia que no es ni mucho menos definitiva pero empieza a ser preocupante para el vencedor de las dos últimas ediciones. Entre ambos quedó intercalado Evenepoel en la general y Roglic en la etapa, decididos a que la carrera no sea sólo un mano a mano Pogacar-Vingegaard.


Sábado 6 de julio: 'Maillots' que dan alas

foto: Charly López - A.S.O.

El 'maillot' amarillo da alas, se suele decir cuando lo porta algún ciclista que no está entre los favoritos pero cuyos resultados vestido con la prenda que distingue al líder van más allá de lo esperado. Una especie de influencia mágica que se puede equiparar de algún modo a los superpoderes que su ropa otorga a determinados superheroes de ficción. Una mezcla de mayor fuerza y superior resistencia que les lleva a sobrepasar sus límites. En ese sentido, la etapa que discurrió por el territorio presidido por el monumento a otro tipo de resistencia, la de los franceses en la Segunda Guerra Mundial, dejó en el aire la sensación de que, tal vez, tanto el 'maillot' de lunares rojos del líder de la montaña como el verde de la clasificación por puntos puedan, a su manera, dar también alas.

Vestido con la muy flamenca camiseta nacida como reclamo publicitario de una marca de chocolates, el noruego Abrahamsen se empeñó en el insensato imposible de ver al primero en la tabla de los escaladores protagonizar una fuga en solitario en una etapa llana. Y cuando finalmente fue alcanzado y el pelotón no permitió ya más alegrías, el portador del 'maillot' verde, Girmay, surgió en los últimos metros para batir en el sprint final a Philipsen. El rapidísimo belga partió de Florencia como el gran favorito en las llegadas masivas pero se está convirtiendo en el eterno segundo mientras el sorprendente eritreo era el primer ciclista que repite victoria en lo que va de Tour, quien sabe si ayudado por esas 'alas' que también parece dar la ropa del color que se asocia a la esperanza y que en el Tour más codician los intrépidos velocistas.


Domingo 7 de julio: Clásica de verano

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

En apenas diez años la 'Strade Bianche' se ha convertido en una de las citas más esperadas del calendario de clásicas de primavera, esas pruebas de un día en las que no se puede dejar para mañana lo que puedas hacer hoy que, por eso mismo, están tan llenas de acción y son tan apasionantes. La gran particularidad de la carrera italiana son las 'carreteras blancas' que le dan nombre. Unos polvorientos caminos de fina tierra que suponen para el ciclismo del siglo XXI todo un regreso a sus orígenes de principios del XX, cuando la presencia del asfalto era casi tan rareza en los recorridos como lo es ahora su ausencia. Este año, el Tour además de partir del país vecino del otro lado de los Alpes decidió experimentar con una etapa al estilo de la nueva clásica, salpicada de tramos de tierra, y el resultado fue una espectacular mezcla entre la lucha sin cuartel por ser el primero en la línea de meta, propia de las pruebas de un día, con la pelea de los hombres de fuertes de la general por tratar de sumar segundos o desgaste a sus rivales en cada ocasión que se presenta en una ronda de tres semanas.

Por delante un grupo de escapados se liaba a palos sin piedad para acabar llegando juntos los apenas media docena que sobrevivieron a todos los envites y decidirse la victoria a favor del francés Turgis en uno de esos 'sprints' en los que acaba ganando el que todavía conserva una pizca más de fuerza después de haber gastado casi toda su energía en ataques y contraataques infructuosos. Por detrás, cada vez que el color del piso pasaba del negro al blanco la tensión entre los favoritos era constante. Primero atacaba Evenepoel. Luego, en varias ocasiones, arrancaba Pogacar. En todos los casos, Vingegaard se defendía, bien respaldado por su equipo, y al final todos llegaban juntos con el día de descanso por delante en mente y nuevas batallas esperándoles en los próximas días después de superar indemnes la clásica de verano en que la presencia de los caminos de tierra convirtió a la novena etapa del Tour.


Martes 9 de julio: Tarde de siesta

foto: Charly López - A.S.O.

A la espectacular 'clásica' en que convirtieron la novena etapa los tramos de tierra y el afán ofensivo de los ciclistas siguió, tras el merecido descanso del lunes, otra no menos clásica pero en otro sentido, y no halagador precisamente. La carrera se reanudó el martes con la típica etapa completamente llana que casi cada año acaba convirtiéndose en otra jornada de reposo para los ciclistas y en una tarde de siesta para los telespectadores que se empeñan en verla al completo. Los kilómetros se sucedían con cansina lentitud mientras el pelotón ocupaba todo el ancho de calzada, síntoma inequívoco de que la velocidad no es precisamente elevada.

Sólo la cercanía de la meta aceleró el ritmo cuando los equipos de los velocistas se pusieron en marcha con el objetivo de aprovechar la oportunidad más clara de llegada masiva sin haber gastado fuerzas en persecuciones previas. En la recta final, Van der Poel volvió a hacer de ilustre gregario y, con Philipsen pegado a su rueda, distanció lo suficiente a los rivales de su compañero para que este no tuviera esta vez que preocuparse por ninguno de ellos. Por fin, después de tres intentos fallidos, el ganador cuatro veces el año pasado logró su primera victoria de este año. Eso sí, en lo que a puntos para reconquistar el 'maillot' verde conseguido entonces apenas si recuperó unos pocos. Justo tras él cruzó la meta Girmay, decidido a que nadie le arrebate la prenda más preciada para un 'sprinter'.


Miércoles 10 de julio: Ataque y respuesta

foto: Billy Ceusters - A.S.O.

El acusado contraste entre el plano perfil de la etapa del martes y los afilados dientes de sierra que caracterizaban la mitad final de la miércoles fue similar a la diferencia entre el insufrible aburrimiento que produjo una y las emociones fuertes que deparó la otra. Aunque, sobre el papel, se trataba de la habitual jornada de media montaña, terreno propicio para las escapadas de ciclistas de buen nivel pero sin opciones en la general, el ritmo impuesto en el pelotón por el equipo del líder dejó pronto claro dos cosas, que ninguna fuga llegaría a buen puerto, por más que Oier Lazcano y Ben Healy se empeñaran en alargar hasta lo imposible la suya, y que Pogacar iba a atacar. Aunque su arrancada en las duras rampas finales de Peyrol se veía venir resultó imposible de contrarrestar. Al igual que en el Galibier, quien más cerca estuvo de lograrlo fue Vingegaard pero no llegó a alcanzar la rueda de su rival antes de la cima.

A diferencia de entonces, restaban treinta kilómetros y un terreno más escarpado hasta la meta. Un continuo sube y baja que tuvo su reflejo en el aumento y disminución de las diferencias entre unos y otros. Cuando la ventaja del esloveno llegó a superar el medio minuto, parecía que el 'maillot' amarillo podía sentenciar el Tour. Pero el danés, con la colaboración inicial de Roglic, no se rindió y en el ascenso a la siguiente dificultad montañosa, el menos exigente Col de Pertus, fue recortando distancias metro a metro, segundo a segundo, hasta lograr lo que no había conseguido en la anterior ascensión, dar caza a su rival antes de coronar. El ataque de Pogacar, que por momentos llegó a parecer incontestable, había tenido finalmente una firme respuesta por parte de Vingegaard, recalcada imponiéndose en el agónico 'sprint' entre ambos para dilucidar la victoria de etapa. Tras ellos, Evenepoel recuperaba otra vez en las zonas de descenso menos agudo lo perdido en las de carretera más empinado para acabar cediendo apenas medio minuto, tiempo que también le otorgaban los jueces a Roglic, víctima de una desafortunada caída cuando iba junto al belga en los kilómetros finales.


Jueves 11 de julio: No tenía que pasar nada

foto: A.S.O.

Al día siguiente del gran duelo entre Pogacar y Vingegaard en la montaña rusa que son las carreteras del Macizo Central, sus últimas estribaciones ocupaban la parte inicial de la duodécima etapa. Los algo más de doscientos kilómetros entre Aurillac y Villeneuve-sur-Lot debían dar, como mucho, para una fuga de valientes, si es que había alguno con las fuerzas suficientes como para aprovechar los repechos que jalonaban el recorrido desde la salida a la zona del hermoso enclave medieval de Rocamadour y ser luego capaz de resistir desde ahí hasta la meta en un terreno mucho más propicio al pelotón. Finalmente algunos lo intentaban pero a falta de treinta kilómetros ninguno de los que habían conseguido ventaja rodaba ya por delante del gran grupo. Entonces se reducía el ritmo, que hasta entonces había sido superior a la media prevista por la organización, y ya todo parecía decidido. Los favoritos tendrían un final de jornada tranquilo y la victoria se decidiría al 'sprint'.

Lo segundo ocurría, deparando la tercera victoria de Biniam Girmay, convertido definitivamente en el hombre más rápido de esta edición del Tour. Lo primero no. Una caída en la mitad del pelotón afectaba a varios corredores y entre ellos estaba Primoz Roglic. El esloveno se había ido al suelo el día anterior durante la bajada final en un error suyo que finalmente no había tenido consecuencias para la clasificación gracias a la benevolencia de los jueces. Esta vez, en cambio, sin tener culpa ninguna acababa resultando el más perjudicado. Pese a al apoyo de sus compañeros de equipo, que rápidamente se organizaban para ayudarlo, el golpe había sido duro y sus consecuencias se dejaban sentir en su pedaleo y en la clasificación, casi dos minutos y medio perdidos. En uno de esos días en los que no tenía que pasar nada relevante para la clasificación, uno de los favoritos perdía sus opciones de luchar por un puesto en el podio.


Viernes 12 de julio: Parecido pero diferente

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

La etapa del jueves había terminado con Roglic perdiendo casi dos minutos y medio a causa de una desafortunada caída. La del viernes comenzaba sin el esloveno en el pelotón. Finalmente, el tiempo perdido era lo de menos comparado con las consecuencias físicas del incidente, que le llevaban a tener que abandonar. Un camino nunca deseado, el de la retirada, que también debía tomar Juan Ayuso, víctima en su caso de ese enemigo invisible en que se ha convertido el virus del CoVid, por fortuna lejos de ser lo letal que fue hace cuatro años pero empeñado en que sigamos contando con su presencia en nuestras vidas. A esa simetría de acabar un día perdiendo a uno de los primeros de la general y empezar el siguiente con otra baja en el grupo de favoritos a los puestos de cabeza de la clasificación general se unía, en la siempre histórica meta de Pau el desenlace del 'sprint' con el que se completaba la jornada luego de que el implacable grupo dejara claro a los aventureros de turno que hoy tampoco iba a ser su día.

Después de unos metros finales en los que se mezclaban acelerones y bandazos en un peligroso cocktail que dejaba por el suelo a alguno de sus protagonistas, las cuatro primeras posiciones las cerraba el ganador venticuatro horas antes, Girmay, y las abría el cuarto entonces, Philipsen. Para el belga era la segunda victoria de esta edición del Tour, la octava en las tres últimas, y un serio aviso a su gran rival de que la lucha entre ambos por las victorias parciales y por el 'maillot verde' va a seguir en lo que queda de carrera. Una pelea en la que se empeñaban de nuevo en meterse Van Aert y Ackerman con el mismo resultado que la víspera, segunda posición para el fabuloso todo-terreno belga, tercera para el fornido velocista alemán. De ese modo, parecido pero diferente al del día anterior en abandonos y en primeros clasificados, se cerraba el largo acercamiento de la carrera a los muy esperados Pirineos.


Sábado 13 de julio: La teoría y la práctica

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

En teoría el líder no tiene porqué atacar. Especialmente si cuenta con una ventaja interesante, nadie le ha distanciado en ninguna ocasión en lo que va de carrera y no hay en el horizonte de la carrera una contra-reloj en la que su principal rival sea superior a él al estilo de cuando, en el Tour del 1987, 'Perico' Delgado sabía que necesitaba más ventaja para mantener el amarillo en la lucha contra el crono final ante Stephen Roche. Entonces, el segoviano arrancó en la durísima ascensión del Joux Plane pero el irlandés acabó respondiendo para limitar la pérdida, aunque fuese a costa de quedarse sin aire.

Con todo ello en mente más el desenlace de la etapa del macizo central y las palabras del propio Pogacar, diciendo que no estaba obligado a seguir atacando, la teoría del primer asalto a los Pirineos, con el imponente Tourmalet por el camino, era que quien debía moverse era el segundo de la general, Vingegaard. Pero el danés no se movía en el gigante pirenáico, que se ascendía al ritmo que marcaban los compañeros del líder esolveno mientras, por delante, la clásica fuga trataba en vano de abrir el hueco suficiente para tener esperanza de que el esfuerzo de todos tuviese la recompensa de la victoria de etapa para uno. De nuevo quien más se empeñaba era el irlandés Healy pero el apenas minuto de margen con el que encaraba la ascensión final a Pla d'Adet era toda una sentencia. Si alguien del grupo de favoritos arrancaba no lo iba conseguir.

Poco después, la salida de Adam Yates marcaba el inicio de la batalla final. Era poco menos que una provocación del UAE al Visma. El equipo de Vingegaard respondía tímidamente con Jorgenson tirando del cada vez más reducido grupo hasta que surgía a su lado la explosiva elegancia de Pogacar desafiando la teoría y sus declaraciones previas. El 'maillot' amarillo no estaba obligado a atacar pero lo hacía con fuerza. Vingegaard y Evenepoel respondían cediendo ya unos segundos en los primeros metros. Tiempo y distancia que iban aumentando hasta que Pogacar cruzaba la meta para sumar su segunda victoria de etapa y elevar a casi dos minutos su ventaja sobre Vingegaard en la general. Para el danés quedaba el magro consuelo de adelantar en la clasificación al rocoso belga, que cedía en la parte final de la ascensión pero conseguía llegar tercero, puesto que pasaba a ocupar en la tabla y que parece ser el que le espera en el podio final de Niza, cuyo primer escalón empieza a reservar Pogacar desafiando la teoría a base de ser fiel a si mismo y seguir al ataque en la práctica.


Domingo 14 de julio: Había que intentarlo

foto: Charly López - A.S.O.

Después del exitoso ataque de Pogacar en las rampas de Pla d'Atet, la segunda etapa de los Pirineos presentaba un dilema para Vingegaard y su equipo ¿atacar o conformarse? Visto lo visto el día anterior, lo prudente era lo segundo. Pero un doble ganador de Tour no ha logrado tales éxitos sin luchar. Así que el danés y su escuadra salían decicidos a intentarlo. Su fuerte ritmo desde el principio convertía de nuevo en sueño imposible el intento de eescapada en el que otra vez el más persistente acababa siendo un ciclista vestido con el color rosa del Education First. En esta ocasión se trataba de Richard Carapaz, inasequible al desaliento pese a descolgarse del grupo de fugados en un par de ocasiones.

El ecuatioriano acababa siendo el último superviviente de los aventureros del día cuando, a falta de una decena de kilómetros para coronar el Plateau de Veille, Vingegaard remataba el gran trabajo previo de Jorgenson, lanzando un ataque al que sólo respondía Pogacar. El esloveno se soldaba a la rueda del danés y aunque este persistía en su empeño, rodando con la mirada fija en la cima y sin dejar de forzar la marcha, no lograba distanciar al líder ni un centímetro.

A falta de cuatro kilómetros, el ganador de los dos últimos Tours desistía en su empeño y prácticamente de inmediato el 'maillot' amarillo arrancaba con esa aparente facilidad que le permite ganar metros en un instante incluso ante alguien del nivel del extraordinario ciclista que vestía de blanco con lunares rojos. Desde ahí a la meta la diferencia a favor de Pogacar no dejaba de aumentar hasta cruzar la meta ampliando en otro minuto su margen para elevarlo a más de tres y dejar sentenciado el Tour salvo sorpresa mayúscula o imponderable de esos de los que nadie está libre. Algo, esto último, que recordaba en la parte inicial de la etapa una placa pegada a unas rocas en el Col de Menté, justo allí donde una terrible caída privó a Luis Ocaña de adjudicarse en el 1971 una carrera que tenía tan o más ganada de lo que ahora la tiene el esloveno.


Martes 16 de julio: Empate en el último minuto

foto: Billy Ceusters - A.S.O.

Ganador de dos etapas en el 2022 y cuatro, más el maillot verde, en el 2023, Jasper Philipsen había iniciado el Tour como máximo favorito para imponerse en las llegadas al 'sprint'. Sin embargo, el belga tuvo que esperar a la quinta llegada masiva para sumar, en la décima etapa, su primer triunfo. Tres más tarde llegó el segundo pero, por el medio, su inesperado gran rival este año, Biniam Girmay, ya había alcanzado el tercero. Además, el eritreo contaba con ventaja en la lucha por el codiciado 'maillot' verde que se encargó de aumentar sumando un buen puñado de puntos en los 'sprints' puntuables situados al inicio de las dos etapas de montaña de los Pirineos. El martes, tras la reparadora jornada de descanso, tocaba volver a terreno llano camino de Nimes, meta que, a la vista de los perfiles del resto de etapas de la semana final, se presentaba como la última oportunidad para los velocistas. Era, por tanto, también la última ocasión para Philipsen de, al menos, igualar en número de victorias con Girmay.

Un objetivo que se veía facilitado por la caída del africano en el alocado slalom superando rotondas en que se convirtió el tramo decisivo del día. Sin su máximo antagonista en liza y con un lanzamiento absolutamente perfecto por parte de sus compañeros de equipo, culminado por Van der Poel con lo que sería el equivalente a una asistencia en términos de deportes con balón, a Philipsen sólo le hizo falta rematar poco menos que a puerta vacia para ganar por tercera vez. Algo así como un empate en el último minuto que deja para la prórroga la resolución de la lucha por el 'maillot' verde. Girmay se mantiene al frente de la clasificación pero su llegada a meta a ritmo lento, acompañado por dos preocupados 'coequipiers', deja en el aire la duda de si estará físicamente en condiciones de defender los treinta y dos puntos de margen con los que cuenta en esa especie de 'tiempo añadido' que serán, para los dos mejores velocistas de este Tour del 2024, los 'sprints' intermedios de las cuatro etapas en línea que quedan por disputar.


Miércoles 17 de julio: La batalla y la guerra

foto: Jered & Ashley Gruber - A.S.O.

Desde el día de los polvorientos caminos de tierra no había triunfado una escapada, repartiéndose las victorias entre los velocistas, ganadores en todas las de perfil llano, y los primeros de la general, dueños de las jornadas montañosas. La decimoséptima etapa debía ofrecer, por fin, una nueva oportunidad para los aventureros. Pero, en vista de su trazado, en continuo ascenso una vez superado el 'sprint' intermedio (en el que Girmay aumentaba en un punto su ventaja sobre Philipsen en la lucha por el 'maillot verde') no era apta para cualquiera. Se necesitaba fuerza y clase, capacidad para sufrir y cabeza para saber donde y cuando atacar. Por eso no es de extrañar que del numeroso grupo de fugados que conseguía irse en busca de la victoria, acabasen por delante de todos nada menos que un ganador del Giro y uno de la Vuelta. Eran el incansable Richard Carapaz y el hasta ahora poco activo Simon Yates. Vestido de un naranja que recordaba en cierto modo el rojo de ganador en España, el británico era el primero en tomar la iniciativa en las duras rampas del Col de Noyer. Pero tras él surgía el ecuatoriano, enfundado en un rosa con reminiscencias de su gran éxito en Italia para acabar consiguiendo el triunfo que con tanto ahinco venían persiguiendo él y su compañero en el Education First, Ben Healy.

Mientras por delante se resolvía la batalla del día, unos siete minutos por detrás los primeros de la general protagonizaban una nueva e inesperada escaramuza. Inconformista por naturaleza, Pogacar arrancaba cerca de la cima del puerto de primera categoría y lo coronaba con diez segundos de ventaja sobre Evenepoel y diecisiete respecto a Vingegaard. Aunque los tres se juntaban en el descenso, el danés se había mostrado vulnerable y en la menos exigente ascensión final el belga pasaba al ataque, el esloveno se desentendía de la lucha entre el segundo y el tercero de la general y el resultado eran doce segundos menos de diferencia entre el ciclista del Visma y el del Soudal y, sobre todo, una inyección de moral para Remco y de dudas para Jonas ante las jornadas finales de la larga guerra que cada año es el Tour.


Jueves 18 de julio: Víctor y Victoria

foto: A.S.O.

El trazado en continuo sube y baja de la decimooctava etapa, junto los recorridos previstos para las tres restantes, convertían a la jornada que salía de Gap y llevaba hasta Barcelonette a través de cinco cotas de tercera categoría en la más propicia para una escapada sin más objetivo que el triunfo parcial. Un premio siempre importante en el Tour que ha estado además muy poco repartido este año entre esa gran mayoría de ciclistas que, sin aspiraciones en la general ni aptitudes para imponerse en un 'sprint' pueden aspirar, como mucho, a cruzar un día la meta en primera posición. Por eso no es de extrañar que se formara enseguida una fuga de treinta y siete unidades. Un variopinto grupo en el que había un poco de todo, como en uno de esos campamentos juveniles de verano tan propios de estas fechas de finales del mes de julio. Había entre ellos los típicos entusiastas que se apuntan a cualquier actividad que se proponga, lo que traducido a una carrera ciclista supone salir a todos los cortes. No faltaban tampoco los que procuran escaquearse siempre que les resulta posible, esos que en una escapada racanean en los relevos tratando de ahorrar fuerzas que podrían necesitar más adelante. Unos cuantos eran los que estaban allí por obligación pero prefereirían encontrarse en otra parte, sea su casa o en su equivalente del día, el más tranquilo seno del pelotón, que perseguía a distancia sin mayor prisa, repartiéndose incluso chocolatinas entre algunos de sus componentes. Otros eran de esos que procuran pasar desapercibidos, algo especialmente posible en un elenco que cuenta con tantos componentes. Y por supuesto también eran de la partida los totalmente opuestos a estos últimos, esos que siempre quieren ser protagonistas, que se dejan ver a la mínima oportunidad para llamar la atención del amor de verano cuyo corazón quieren conquistar.

Un amor que en un día de Tour se llama Victoria y al que se llegaba tras superar una última dificultad montañosa en la que los más osados podían buscar deshacerse de la ya a esas alturas molesta compañía del resto. Eso debía pensar todo un experto en tales lides como Kwiatkowski cuando arrancaba cerca de la cima de la 'Cöte des Demoiselles Coiffés' con fuerza suficiente para despeinar a 'las señoritas peinadas' que daban nombre al lugar pero no lo bastante para irse en solitario hasta la meta. Tras el polaco salían otro veterano, Campenaerts, y un novato, Vercher, lo alcanzaban y pronto quedaba claro que el resto se rendían y entre los tres iba a estar el ganador. Por lo general, en temas de amor tres son multitud y el mejor modo de disfrutar de la dulce recompensa que buscaban eran llegar en solitario a su encuentro pero ninguno lograba despegarse del resto. Todo se decidía finalmente en un deslavazado 'sprint' que se adjudicaba Campenaerts por ser quien tenía un gramo más de fuerza. O, tal vez, porque en la pugna final entre sus pretendientes, Victoria había acabado eligiendo como pareja al que se llamaba Victor.


Viernes 19 de julio: Imparable

foto: A.S.O.

En una etapa de alta montaña con tres enormes puertos en su recorrido el único modo de atacar a un líder sólido es hacerlo desde lejos y con una maniobra de equipo bien coordinada. En ese sentido, el planteamiento de Visma era impecable. La formación de Vingegaard mandaba por delante a sus dos mejores escuderos, Jorgenson y Kelderman, cuya presencia podía ser clave para abrir hueco camino de Isola 2000 si su jefe de filas lograba dejar atrás a Pogacar en la dura ascensión a la Bonette. Pero en la larga subida a la cima más alta del Tour el danés, asfixiado por el ritmo impuesto por los poderosos gregarios del esloveno, no podía siquiera intentar distanciar al 'maillot' amarillo. A partir de ahí, con un largo descenso por delante y alrededor de cuatro minutos de ventaja, el objetivo para sus compañeros fugados cambiaba. Tenían que olvidarse de la general y pensar en conseguir al menos el premio menor, la victoria de etapa. Aunque en el grupo delantero iban también gente ducha en estas lides como Carapaz y Simon Yates, Jorgenson acababa por quedarse sólo en cabeza.

Cuando restaban menos de diez kilómetros para coronar la subida final y llegar a la meta, el estadounidense contaba todavía con cerca de tres minutos de ventaja sobre el cada vez más reducido cortejo del líder. Parecía suficiente pero no lo era. De repente Pogacar miraba a sus rivales, decidía incrementar el ritmo y en un visto y no visto se iba imparable hacia adelante pese al intento de Evenepoel y Vingegaard por seguir su rueda. A partir de ese momento la distancia con los supervivientes de la escapada se fundía tan rápido como nieve al sol. Uno a uno iban siendo superados con una diferencia de velocidad desmoralizante. A falta de dos kilómetros era rebasado el último, un resignado Jorgenson que veiía repetirse, de forma diferente pero con igual resultado, el desenlace de su búsqueda de la victoria del año anterior en el histórico Puy de Dôme. Nada ni nadie podía evitar la cuarta victoria de etapa de Pogacar. Nadie podrá impedir que gane su tercer Tour.


Sábado 20 de julio: Territorio de rallye

foto: A.S.O.

El Col del Turini y el de la Couillole son para los aficionados a los rallyes algo así como el Alpe d'Huez y el Tourmalet para los del ciclismo. Con un ambiente más colorido el primero, de mayor dureza el segundo, ambos suelen ser habituales cada mes de enero en el trazado de la prueba automovilística de carretera más famosa, el rallye de Monte-Carlo. Recorrerlos a toda velocidad con un coche en invierno al caer la noche o al amanecer es un reto muy diferente a pasar por ellos a plena luz del día en verano sobre una bicicleta. En el primer caso se trata de domar la potencia del vehículo sobre un piso siempre traicionero y resbaladizo, sea por la presencia de la nieve o por la temible amenaza de las placas de hielo. En el segundo la única fuerza que impulsa el ingenio mecánico es la de los pedales movidos a base de voluntad bajo un inclemente sol que aprieta más a medida que se asciende hasta la cima. Para unos y otros, pilotos, copilotos y ciclistas, se trata de un reto que pone a prueba su pericia y su valor. Porque si hace falta habilidad y valentia para pasar sus curvas, bien sea cuesta arriba o cuesta abajo, al volante de un coche de competición, no son menos necesarias la pericia y el coraje para afrontar esos mismos virajes subiendo o bajando con un frágil vehículo de dos ruedas.

En ese escenario de rallyes, con inicio subiendo otro col, el de Braus, utilizado en ocasiones en los recorridos del Monte-Carlo y el Antibes, y paso por el de Colmiane, presente con el nombre de Valdeblore en la prueba monegasca allá por el 1990, se disputaba la penúltima etapa del Tour del 2024. Después de la portensosa exhibición de Pogacar el día anterior camino de Isola 2000 y con la contrarreloj como cierre de la competición al día siguiente, era la última oportunidad para todos los que aun tuvieran esperanzas y fuerzas para intentar la hazaña de ganar una etapa del Tour. Durante buena parte de la jornada parecía que el triunfador iba a ser uno de los componentes de la fuga que se acababa formando en la larga ascensión al Turini. Pero entre que los escapados no se llevaban demasiado bien y que Soudal decidía hacer honor a su segundo patrocinador, 'Quick-Step', imponiendo un paso rápido al ritmo del pelotón pensando en un posible asalto de Evenepoel al segundo puesto de la general, las diferencias apenas si llegaban a superar los cuatro minutos. En la cima de Colmaine, donde Carapaz se aseguraba definitivamente el maillot de lunares rojos de rey de la montaña, el margen ya era menor de tres. Y cuando Mikel Landa daba un último acelerón subiendo la Couillole la suerte de los supervivientes de la fuga, el ecuatoriorano y su antiguo compañero en Movistar, Enric Mas, estaba echada. El primero en la meta iba a ser uno de los tres primeros de la general.

El trabajo de su equipo hacía pensar en Evenepoel, pero el ataque del belga tenía de voluntad lo que carecía de eficacia y se volvía en su contra cuando Vingegaard replicaba. Con el danés se iba, poco menos que sin querer, Pogacar. A un ritmo imposible de seguir para el resto, los dos mejores del Tour alcanzaban y rebasaban a los últimos fugados para terminar jugándose la etapa entre ellos. Y al igual que ha ocurriudo en su duelo en la clasificación, la ventaja era clara para el líder. Como si de Sebastien Loeb se tratase ganando otro Monte-Carlo más, Pogacar aceleraba para marcar el 'scratch' en el último tramo de rallye del Tour del 2024.


Domingo 21 de julio: A ritmo de Gran Premio

foto: Charly López - A.S.O.

Tras disputar el sábado su particular versión ciclista del rallye de Monte-Carlo, el Tour completaba su inusual recorrido del 2024 con una contrarreloj que incluía en su trazado parte del famoso circuito urbano del Gran Premio de Mónaco y algunas de las rampas de la primera carrera en cuesta automovilística de la historia, la 'course de côte de La Turbie'. Eso sí, tanto el paso por el túnel o por la cerrada curva de la vieja estación, señas de identidad de la prueba de Fórmula 1, como por la parte final de la empinada ruta costera de 'la Corniche', que dio origen en el ya muy lejano 1897 a las subidas de montaña para vehículos de motor, se hacían en sentido contrario al utilizado en las competiciones de coches.

Era un bonito escenario para cerrar un Tour que había partido de Italia y acababa retornando cerca de su origen con el mismo resultado que la gran vuelta por etapas del país vecino. En el Giro, Pogacar se había adjudicado la 'maglia' rosa final tras conseguir seis victorias de etapa. En el Tour, el esloveno acababa por rubricar su conquista del 'maillot' amarillo con otra media docena de triunfos parciales al imponerse también en la lucha individual contra el crono del último día. Lo hacía rodando a ritmo de Gran Premio, con una velocidad que, por momentos, amenazaba con dejar atrás incluso a su propia sombra a medida que el sol la iba alargando en su acercarmiento al horizonte sobre el mediterraneo. Como si tratase de cerrar un círculo tan perfecto como los de la esfera solar o la circunferencia de la rueda lenticular de su bicicleta, Tadej celebraba así en Niza, ciudad de partida del que que fue su primer Tour, el del 2020, la consecución del tercero cuatro años después.


foto: Billy Ceusters - A.S.O.

Después de tres semanas de largo rodeo para ir desde Florencia hasta Niza, el Tour que debía ser diferente del Giro acababa por resultar muy parecido. Si en Italia no hubo nadie que pudiera inquietar a Pogacar, en Francia finalmente tamnpoco encontraba el portento esloveno rivales a su extraordinaria altura pese a la presencia de Vingegaard, Evenepoel y, mientras duró en carrera, Roglic. Para el danés quedó el consuelo de ser el único que, al menos, intentó lo que realmente era imposible, llegando incluso a pensar que podía lograrlo tras cruzar la meta de Le Lioran un centímetro por delante. Para el belga, además del 'maillot' blanco de mejor joven, la satisfacción de haber superado con nota muy alta su debut en la prueba más exigente, poniendo tal vez las bases para ser él quien vista de amarillo al final de alguna de las tres semanas de competición que llevarán en los próximos años al pelotón de nuevo hasta París luego de este 'Olímpico' destierro a la Costa Azul. Para el, definitivamente, segundo esloveno en lo que a jerarquías en el ciclismo se refiere, la confirmación de que esta carreraque tuvo en su mano en el 2020 hasta que se lo arrebató su irreverente compatriota en aquella increíble cronoescalada a la Planche des Belles Filles, no será nunca suya.

Para ellos y, para el resto de componenentes del pelotón y de seguidores del ciclismo, el Tour fue, además, la constatación de que lo del Giro no se debió sólo a que el nivel de los rivales fuese más bajo. Porque, simple y llanamente, este año, ni en el Giro ni en el Tour, ha habido quien tuviese capacidad para poner en aprietos a un ciclista que compite al estilo de otros tiempos. Ofensivo, valiente, insaciable. Desde Pantani en el 1998 nadie había sido capaz de ganar las grandes rondas italiana y francesa el mismo año. Desde Fignon en el 1984 nadie había vencido en el Tour adjudicándose cinco etapas. Desde Merckx en el 1974 nadie había sumado diez triunfos parciales a la vez que se llevaba Giro y Tour. En los dos últimos casos, el prodigio esloveno de veinticinco años de edad ha superado incluso los registros de sus ilustres predecesores consiguiendo seis victorias en Francia y doce entre las dos pruebas. Por todo ello, y más allá de cualquier otra consideración por parte de quien quiera quitarle méritos o buscar explicaciones que ensombrezcan sus logros, lo conseguido por Pogacar es ya historia del ciclismo.